Quisiera empezar este escrito contándoles un poquito de mí. 

Soy Marcela Rius, Licenciada en Psicomotricidad hace más de 20 años. En Uruguay, la psicomotricidad, se centra en promover y favorecer la conciencia corporal a través la implicación del cuerpo en movimiento, facilitando gran variedad de sensaciones y percepciones dados por los cambios posturales, tónicos-emocionales, equilibrios-desequilibrios y actividades de contacto de los límites corporales, que movilizan emociones, acompañadas de imágenes relacionadas con experiencias ligadas a las historias personales de cada ser humano. 

Durante unos años trabaje en Centros Caif (Centros de Atención a la Infancia y a la Familia), en la prevención y promoción del desarrollo. Realice también talleres de Experiencias Oportunas, a los cuales concurrían los bebes con un referente y niños de hasta a 4 años. 

Luego, me dediqué al abordaje terapéutico con niños y adolescentes con diferentes desafíos especiales. 

Todo este camino me ha llevado a estar en una continua búsqueda de diferentes herramientas para incorporarlas en los tratamientos con los niños y sus familias. 

La práctica de Mindfulness me atrajo desde el primer momento porque comparte con la psicomotricidad el aprendizaje de la experiencia personal cuerpo-mente-emoción, desde otra perspectiva. 

Comienzo mi formación con Mindfulness en el año 2019, cuando me forme como Instructora certificada de la Academia Mindful Teaching (Método Eline Snel). En el año 2020 comencé la formación continua para instructores de Mindfulness a cargo del Lic. Javier Cándarle, pasando este mismo año a ser miembro de la Red Federal de Mindfulness que él mismo coordina. En 2021 me capacite como Instructora en Intervenciones Clínicas y Educacionales Basadas en Mindfulness (Rebap Internacional). 

Pero para ser precisa, mi primer encuentro con la práctica de Mindfulness fue en un taller para educadores que realicé en los comienzos del 2019. Lo recuerdo como algo que fue realmente desafiante, pero a la vez tremendamente sanador. 

Mientras practicaba la exploración guiada del cuerpo que se me proponía, me encontré con una gran cantidad de vivencias corporales y emocionales no muy agradables. Cuando practicamos Mindfulness, se nos invita a permanecer con cualquier experiencia que aparezca, en vez de escapar. Las personas naturalmente tendemos a evitar las vivencias desagradables. 

Indagando un poquito más hondo, me di cuenta que hacía años que estaba intentando ocultar emociones desagradables vinculadas a la pérdida física de personas muy queridas. 

Me fui habituando a prestar una mayor atención, dándole espacio a lo que iba apareciendo, sin forzar, con paciencia, y a la vez dándome tiempo para ir procesando todo lo que iba llegando a mi interioridad. 

Me di cuenta también de que tengo una larga historia sobre mí forma de responder ante las situaciones de muerte de personas cercanas. 

Cuando estaba cursando 4to año de medicina, fallece un paciente, hecho que me genero una gran angustia, y por el cual que decidí abandonar la carrera. Hoy me doy cuenta de que no podía soportar la posibilidad que en el futuro pudiera morir cualquier persona a mi cargo en un tratamiento. Me doy cuenta que en aquel entonces, preferí huir antes de que en el futuro, se me presente la posibilidad de sufrir. 

Estaba acostumbrada, como modo de respuesta, a ocultar el dolor, poniendo siempre razones, tales como: “tengo que sostener a…”, “tengo que ser fuerte” …, etc. La forma que me funcionaba parcialmente era ocultarlos, no dejarlos que se manifestaran. 

De todos modos, la vida es implacable. Años más tarde, viví momentos muy dolorosos cuando me tocó atravesar la enfermedad y la muerte de la hija de mi esposo. También me ocurrió al despedir a mi padre. 

Recuerdo otra situación en la que a un primo le diagnostican ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica). Aquella desgracia me llevó junto a otros primos a crear una organización sin fines de lucro: Tenemos ELA Uruguay, con el objetivo de colaborar para mejorar la calidad de vida del paciente y sus familias. 

Si bien hoy en día sigo apoyando a dicha institución en sus diferentes actividades, tome cierta distancia con la idea de que me falta tiempo. En el fondo me cuestiono si no fue otra forma de huir del sufrimiento que genera tamaña enfermedad. 

Pese a los intentos de huida, el dolor golpeaba mi puerta igual. 

¿Cómo hacer entonces para relacionarnos de manera más directa con lo que verdaderamente pasa? 

Hace unas semanas viví un encuentro muy especial con un paciente y me gustaría compartir algunas reflexiones sobre como la práctica de Mindfulness me ayudo a que fuera un encuentro muy especial, más allá de que fue un momento de mucha incertidumbre y tristeza. 

Conocí a Santi y su familia hace 6 años. En ese momento, el pequeño tenía 4 años. 

Era un niño prematuro, muy cariñoso. Vivaz y muy inquieto. Fue derivado a tratamiento fonoaudiológico y psicomotriz por presentar un desfasaje en su desarrollo psicomotor. 

Desde el inicio la familia estuvo muy comprometida con los tratamientos, así como abierta a escucha de las sugerencias para favorecer su desarrollo. 

Cuando Santi tenía 8 años y medio, cursa mielitis transversa por lo cual interrumpimos los abordajes fonoaudiológico y psicomotriz, para priorizar otros tratamientos para su rehabilitación. Continuamos con la fonoaudióloga los encuentros a través de video llamadas y cuando era posible visitas a su casa, debido a la situación de Pandemia Covid. 

Todo esto hasta un mes aproximadamente, en la que nos enteramos de algo realmente desolador. El pequeño había convulsionado, lo habían internado para profundizar los estudios médicos, apareciendo dos tumoraciones a nivel cerebral. Se estaban esperando los resultados, pero se sospechaba que el pronóstico no era bueno. 

Al recibir la noticia, quede paralizada y con mucho enojo. Me surgían constantemente preguntas que no tenían respuesta: “no es posible otra enfermedad ni otro sufrimiento más”, “no es justo”. Todo esto no hacía más que aumentar mi angustia, mi tristeza y mi sufrimiento. 

Esta vez pude hacer algo distinto. Me tome un tiempo para parar, para abrir y notar las emociones que iban apareciendo momento a momento. 

Advertí a nivel del cuerpo, sensaciones de opresión, cosquilleos en la garganta. Empecé a observarlas en detalle, llevando la respiración a ese lugar para ir aflojando, relajando esa zona. Comencé a darle espacio a toda la gama de emociones, permitiendo que afloraran tal cual eran, sin querer cambiarlas. Me encontré con la aversión, angustia, la tristeza. 

El poder identificarlas, ponerle un nombre fue una manera de aquietarlas y regularlas No fue fácil, incesantemente aparecían pensamientos, sensaciones, juicios, preguntas sin respuesta. 

Pude ver que junto con el inmenso dolor, comenzaban aparecer también muchos recuerdos agradables de hermosos momentos compartidos con él. 

Gradualmente pude empezar a aceptar que había muchas cosas que no podía controlar, ni cambiar y solo podía confiar en el equipo médico y “desear” que sufriera lo menos posible. Me dio mucha tranquilidad el conocer la doctora de cuidados paliativos que lo estaba tratando. Habíamos estado en contacto en varias otras ocasiones. 

Cada vez que notaba que comenzaba a generarme más sufrimiento, volvía a las sensaciones corporales o al movimiento de la respiración. No quiero decir acá que todo esto fue un proceso fácil. Pero a todas luces, era una manera mucho más plena de estar con lo que estaba sucediendo. 

Al otro día, llame a la madre para ver cómo estaban y le pregunté si era posible ir a visitarlo al sanatorio. En aquel momento, en el Uruguay las visitas estaban restringidas por el Covid. Como había pasado la noche con mucho dolor de cabeza, quedamos que un ratito antes de ir, hablaríamos para ver si eso era posible. 

Finalmente me dan el OK, y me dicen que me esperaban. 

Mientras estaba yendo al sanatorio, decidí realizar una pequeña práctica de caminata consciente, como una manera de proponerme estar presente y observar, reconocer los sentimientos que me visitaban, pero sin dejar que me invadiera la cuenta cuentos de mi mente. 

Como no le habían avisado que iba a ir visitarlo, fue una enorme sorpresa que se le reflejó en su carita. Estaba muy contento, no paraba de hablar, me contaba cómo lo mimaban las enfermeras y los médicos; me relataba anécdotas de la escuela, de sus mascotas. También hubo momentos para soñar con proyectos divertidos que haríamos con mi compañera fonoaudióloga cuando le dieran el alta (comidas, encuentros en su casa, etc). 

Me mostró también todas las cosas que le habían regalado durante la internación. Cuando estaba terminando de mostrarme sus cosas, apareció una rana. Una rana, que el papá comenta que la tenía desde que era muy chiquito. Me sorprendió y me dio una gran alegría que en ese momento apareciera la rana (símbolo del programa de Mindfulness para niños y adolescentes de Eline Snel). 

La senté en la mesa y comencé a contarle como la rana nos podía ayudar en muchas cosas, como por ejemplo: a poder dormir un poquito mejor, aprender a estar un poco más tranquilo con sus sobresaltos. Él escuchaba muy atento. Conversamos sobre como muchas veces no podemos parar de pensar, en cosas que capaz que no pasaran o cosas que ya pasaron y la dificultad en poder detener un poco tantos pensamientos. 

Le ofrecí hacer una pequeña práctica. Se mostró muy interesado. Comenzamos entornando los ojos. Llevando la atención a las sensaciones de la respiración en la nariz, al inhalar y exhalar, sentir el aire que entra y sale, notando la temperatura, el ritmo, sin querer cambiar nada. Luego llevamos la atención al movimiento de la respiración en el cuerpo, poniendo la mano en el pecho o vientre. Como le resultaba incomodo, lo invite a que podíamos imaginarnos ese movimiento de vaivén, de subir y bajar del vientre. 

Cuando terminamos quedo con muchas ganas de seguir practicando. Como estaba teniendo dificultad para dormir, acordamos que le iba a enviar un audio para que lo escuchara y que seguiríamos practicando juntos. Solo teníamos que esperar unos días para organizarnos bien, ya que dependía del diagnóstico y tratamiento a seguir. 

Al terminar la práctica estaba más tranquilo, continuamos hablando y en un momento me pidió que lo abrazara. Fue una experiencia muy especial para mí. Había una energía especial que me recorría todo el cuerpo, de tranquilidad, de presencia, de sostén mutuo, de espacio compartido, y que claramente trascendía ese momento. 

Cuando me fui, me noté confundida. Me encanto el haber podido compartir la práctica de mindfulness con Santi. La experiencia de los 2 abrazos seguía resonando en mi cuerpo y mi mente. Por supuesto que enseguida quise darle una explicación a esos abrazos, me vinieron muchas suposiciones, “¿era la despedida?”, pero esta vez, decidí quedarme con esa sensación experimentada de tranquilidad, paz, de presencia compartida. 

Cuatro días después la madre me confirmaba que el diagnóstico no era bueno, tenían que esperar unos días más por otro estudio que determinaría el tratamiento a realizar. Era un momento de mucha incertidumbre, estrés. Era necesario empezar cuanto antes con el tratamiento, ya que se notaba el deterioro de su salud día a día. También me dice que había escuchado la práctica que yo le había enviado y me agrega que le había ayudado a relajarse, que la iba a compartir con Santi. Me dio tranquilidad, el poder contribuir en aquel momento de tanto sufrimiento e incertidumbre, sabiendo que luego, se sentía ella también un poco más aliviada. 

A los 3 días, me llama una compañera de trabajo y amiga de la familia para avisarme de que Santi había partido. 

Fue un momento realmente difícil. Lo primero que hice, fue hablar con mi compañera fonoaudióloga, compartir el dolor de ese momento y recordar las anécdotas desde que lo habíamos conocimos. La charla con la fonoaudióloga que atiende al hermano mellizo y los mensajes con la doctora de cuidados paliativo, fueron de apoyo y sostén de ese momento tan doloroso. 

Al día siguiente me tome el tiempo para estar con todo lo que fue apareciendo. Enojo, angustia. Pero también muchos recuerdos de estos años compartidos. 

En este momento sentí la presencia de la sangha, el grupo de práctica. En estos años de formación, nuestra comunidad de practicantes fue fundamental para el proceso de aprendizaje. Pero lo es también en cuanto al apoyo, la contención y los saberes compartidos. El sentir la humanidad compartida de mis compañeros de diferentes países, lugares y tradiciones me dejó la sensación de estar bajo una manta tejida y entramada por diferentes lazos. ¡La experiencia de todos estos años fue virtual, pero los lazos son reales! 

En un momento de tanto dolor, noté como pude prestar una mayor atención a todas las emociones que iban surgiendo, porque estaban en mí todas las cualidades que fuimos cultivamos en la sangha. Sentía la mirada amable, cariñosa, que le daba espacio a todo, sin juzgar y posibilitando el poder estar presente aun en situaciones muy tristes y dolorosas como la de Santi. 

Mindfulness me enseñó a afrontar de una forma más consciente los momentos difíciles de mi vida, deteniéndome a notar la manifestación de las emociones en el cuerpo, dándole espacio. 

Aprendemos a observar con curiosidad y aceptación, sin pretender cambiar nada. Al acercarnos a la experiencia con esa apertura y amabilidad, sin identificarnos con ella, podemos luego responder a la situación de una manera más consciente. 

También aprendemos a valorar el importante papel que cumplen los otros, los equipos interdisciplinarios, los compañeros de práctica, para sostenernos y acompañar a los pacientes y a sus familias en los momentos de difíciles de la existencia. 


Lic. Marcela Rius